Krystel admiraba el Río Guayas desde
la terraza del Nazu City Hostel. Esa mirada perdida tenía nombre, hace unos
días había conocido a Pedro Pablo saliendo de la Capilla del San José La Salle en
la calle Tomas Martínez. Fue amor a primera vista, a la joven de 21 años le
parecía interesante la personalidad del profesor de educación física, entre
otras cosas más.
Cuando decimos “hace unos días”
para ser exactos nos referimos a 2 semanas, así nos contó fuera de cámara Sofía,
la mejor amiga de la protagonista. Señala que Pedro fue muy insistente, y que
sus detalles la acorralaron, al punto de llevarla a la cama antes de cumplir la
semana.
Krystel, lloraba desconsolada
porque el amor de su vida había sido solo pasajero. Aún no entendía las palabras
usadas por su ex pareja antes de dejarla, eso de “diferencias irreconciliables”
le sonaba mucho a Hollywood. Ella se sentía una tonta, y recordaba que se dejó
besar por primera vez en Panamá y Luzurraga, en las afuera del bar Viva La Música.
La joven guayaquileña vivía en un
departamento rentado de la zona, Loja y Pedro Carbo, en un tercer piso. Un hermoso
balcón sirvió para el encuentro íntimo entre ambos. Pedro le hablaba al oído,
mientras le besaba su cuello tatuado y con su mano derecha bajaba con
dificultad la falda de la dueña de la casa.
Krystel se resistió solo por un
momento, es que el acento extranjero de su amado, le despelucaba el cuerpo. Esa
noche tuvieron sexo panorámico, ante la vista de un grupo de estudiantes del
Campus Las Peñas de la ESPOL. Pero no importaba, su cuerpo desnudo no había
sido amado hace algún tiempo, nunca en un balcón y la confundía aquella habilidad
y destreza de su buen amante.
Pedro no durmió esa noche en casa
de la joven enamorada. Krystel lo sintió como un desplante pero ya habían
acordado verse al siguiente día, pero en un nuevo escenario. El mensaje había
sido claro, está no sería una cita. A ella le asustaba un poco la idea, pero en
el fondo le atraía. Habían pactado encontrarse en Manuel Galecio y Lorenzo de
Garaycoa, donde tendrían una fogosa estancia.
La protagonista se sentía en
plenitud de condiciones. Había hecho el amor dos días seguidos y se le notaba
en la piel. Pero su sonrisa se desdibujo, un jueves en la tarde, una salida de
compras al Mercado Central le rompería el corazón al ver a Pedro Pablo,
disfrazado de motorizado acompañado en su pasola con una señorita de
nacionalidad incierta. En el semáforo ubicado en las calles Diez de Agosto y
Seis de Marzo, su amante besaba sin vergüenza alguna en plena luz del día una
boca ajena.
Por la cabeza de Krystel pasaban
miles de preguntas. Al siguiente día, ese viernes negro, le reclamó histérica
en aquel balcón donde antes se habían lucido ese par de amantes. Para Pedro las
“diferencias irreconciliables” era la poca experiencia que supuestamente su
joven aprendiz tenía en el campo sexual y fue tajante al manifestarle que no
tenía tiempo para ser profesor de una muchacha con poco kilometraje.
Krystel volvió en sí, en la
terraza del Nazu City Hostel.
A veces recordar, no es volver a
vivir.
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