Luz corre por los pasillos de la escuela. Es recreo y los otros niños la
observan mientras ella esquiva las bancas recién pintadas que el director envió
a secar en el patio. Carlitos, su
compañero, no entiende por qué Luz Emilia siempre lleva una sonrisa en su
rostro; no importa si llueve, sale el sol, si el cielo está nublado o si es
semana de exámenes, ella sonríe eternamente.
Luz detiene su carrera y abraza fuerte a Laura, de siete años, que llora
desconsoladamente debido a que su mamá la había retado por una mala nota en
matemáticas. Laura, asombrada y sin entender aquel gesto, pregunta el motivo y
Luz le explica que es una muestra de cariño que había escuchado de su papá: que
él había venido al mundo para hacer sonreír a las personas, y que ella hacía lo
mismo.
Luz corre nuevamente y su felicidad es contagiosa. Con solo cinco años es la alumna preferida de
las profesoras, pues a todas les regala un beso a la llegada, en el recreo y a
la salida. Al parecer su dulzura y sus
muestras de cariño tienen algo que ver con la intensidad al correr, así le
conversa Susana, la dueña del bar, a Diana, la directora del centro educativo, agregando
que debería aprovechar y crear el equipo de atletismo.
A Sebastián, de seis años, se lo nota molesto. Hace unos minutos perdió su
lonchera, su comida no estaba y su genio no era el mejor. No quería que nadie
se le acerque, peor que lo abracen, sin su tigreton, kchito y cola, la vida no
era color de rosa, pero Luz siempre aparece, ella está en todos lados y conoce
la escuela mejor que nadie. Sebastián se enoja al verla y le dice:
—Otra vez tú. Mejor sigue de largo, ¿no ves que estoy enojado
y tengo hambre?
Luz, un poco tímida y no tan expresiva como otras veces, le regala un pan
con queso y mortadela. El niño sonríe y le agradece diciendo:
—Esto es mejor que un abrazo de los tuyos.
—Nadie en la escuela ha visto triste a Luz —conversaba un grupo de padres de familia que esperaban
en la recepción, mientras la veían corriendo, saltando y riéndose con los demás
compañeritos. Ella contaba unos chistes de la patrulla canina y de vampirina,
caricaturas que ella amaba. A veces, se le salía el zapato derecho, pero ella
reía a carcajadas, como si fuera el mejor juego del mundo y seguía corriendo
descalza, mientras los otros alumnos aplaudían su hazaña.
Matilde también llora en las escaleras del primer piso, y repite el nombre
de Mapasingue. Luz, con la curiosidad que tiene todo niño, se acerca y le
cuenta lo siguiente:
—Escuché una vez que tu perrito estaba enfermo, así que
espero que se encuentre mejor y se cure pronto. Yo tengo uno que mi hermano
mayor nombró Batistuta, es juguetón y con mi mamá corremos todas las tardes.
Luz abraza a Matilde y le dice con una voz alegre que todo estará bien.
Mario, de nueve años, interrumpe en la conversación y le reclama a Luz preguntándole
si pensaba que todos los problemas se
solucionaban con un abrazo y de dónde había escuchado eso; que estaba
equivocada. Luz, asustada, respira profundo, como cuando corre sin parar las
dos cuadras de distancia que existen desde su casa hasta la tienda donde venden
sus chupetes preferidos y le contesta:
—En mi casa veo todos los días cómo papá está un poco
triste por sus problemas en el trabajo y mamá lo abraza fuerte, entonces él
sonríe diciéndole que todo ya está mejor, que sus abrazos tienen súper poderes.
Al responder esto se retira corriendo enérgicamente.
La directora detiene a Luz y le indica que vaya despacio porque puede
caerse. Ella insiste y le pregunta por qué corre tanto y tan rápido.
—Es que mi mamita y papito se conocieron así, señorita
directora. Déjeme contarle la historia, es muy bonita. —Luz toma un sorbo de agua, hace una pausa y continúa—: mis papas corren, ellos se conocieron en un
cumpleaños y empezaron a correr juntos hasta el día de hoy, siempre los escucho
cuando dicen que correr les da felicidad. Se ponen muy cariñosos y cuando llegan a casa abrazan a todos, hasta
a mi Batistuta. Nadie se les escapa. Mamá me cuenta que, mientras más rápido
corre, más feliz es, y papá que mientras más distancia recorre, más cariñoso está.
La directora sonríe, pues eso es lo que emana Luz: felicidad. La abraza y
le dice con amor al oído:
—Nunca cambies, mi niña. El mundo necesita de más
personas cariñosas y ocurridas como tú. Te quiero mucho.
Luz se ilumina y vuelve a correr sin rumbo disparada por los pasillos, más
feliz que nunca. Ha sonado el timbre y es hora de volver a clases. Busca su
aula de primero de básica, donde verán la unidad “Mi País”, y eso la
entusiasma, pues ha visto fotos de sus padres, en las competencias que han
hecho en otros países con la bandera de Ecuador, y ella quiere saber mucho de
su país, de su cantón, de sus colores, porque la llena de orgullo.
Ya en clases, María del Carmen, su profesora, le pregunta a Matías los
colores de la bandera de su país. El aula entra en silencio y después de unos
segundos, recita: amarillo, azul y rojo. La profesora aplaude y exclama:
—¡Se te prendió la luz!
Sus compañeros ríen a carcajadas, señalando a Luz quien se sonroja, pero
sonríe con ellos y abraza a Matías. Todos corren hacer lo mismo y la profesora
les toma una foto, para que ese momento de amor y compañerismo, se haga eterno,
poniendo la foto en el Facebook de la institución.
Luz ama a los animales y justo hablaba con Martín, su mejor amigo, de
Batistuta. Ella no dejaba que dijeran la palabra mascota, porque su perro era
considerado parte de la familia. Contaba
que en cada viaje los acompañaba e incluso dormía con ella en su cama. Así
también, le contaba a Martín que había escuchado decir a la directora que no
compren animalitos, que mejor los adopten; se los encuentra en los refugios y
nunca debe importar la raza. Luz contaba emocionada que Batistuta fue rescatado
por su mami al encontrarlo en un saco botado en la calle de la Aurora. Martín,
un poco confundido, pregunta por qué se llama Batistuta, pero ella no sabe,
solo alcanza a decirle que es un bonito nombre.
Luz Emilia es inquieta, aunque tiene una excelente conducta, ella debía
seguir corriendo, estar de un lado para el otro, subir las escaleras, ver si la
tierra del jardín de la escuela estaba mojada, porque eso significaba que
habían echado agua a las plantitas, revisar si todos los casilleros estaban con
seguro, y por supuesto si alguien necesitaba de su ayuda, porque ella
disfrutaba ver feliz a todos, así pasaban sus días en la escuelita.
Ya camino a casa, la popularidad de Luz era notoria también en el expreso,
ella sabía de memoria la ruta de regreso, y le indicaba al conductor que tome
la derecha, que vire a la izquierda, que gire en U, que siga recto 6 cuadras, y
el grupo de compañeritos repetía en coro, las instrucciones. Aquella tarde, se dio cuenta de que Pedro, el
conductor, no se reía de sus bromas, por lo que le preguntó si le sucedía algo.
Pedro dijo que no entendería que son cosas de adultos, problemas que van más
allá del entendimiento, pero que le agradecía por ser la primera persona en el
día que se daba cuenta de su estado de ánimo. Luz, lo abrazo y le dijo: yo
siempre veo que mis padres resuelven todo con un abrazo, así que tu problema ha
desaparecido desde este momento.
Pedro, sonrió. Los ojos de Luz brillaron. Hemos llegado, le dijo Pedro. Luz
baja corriendo con todas sus fuerzas, abre sus brazos, ella era un avión que
iba a toda velocidad, para aterrizar en los brazos de sus padres, que la
estaban esperando, como todos los días después de la escuela, y se funden en un
abrazo fuerte, contándoles que fue un día maravilloso, mientras se le caían las
lágrimas, porque Luz solo llora de felicidad.
Batistuta, también se lanza a su encuentro, lamiendo sus mejillas y
bebiendo sus lágrimas, moviendo la cola mil veces, es su manera de saludar,
ella lo acaricia, le habla de manera lenta, le dice que lo extrañó, que espera
se haya portado bien y que no se comiera el terno azul, el preferido de papá. Luz,
entra a casa, se lava las manos, saluda un con beso a Nelly, la señora que la
cuida desde muy pequeña y le dice lo feliz que se siente por tenerla todos los
días en su casa.
Antes de comer, Luz hace una oración de agradecimiento al niño Dios, por
los alimentos que se sirven en el almuerzo, que le enseño su madre desde los 3
años. Todos están sentados en la mesa del comedor, y es un momento precioso,
pues la familia está unida, y ella lo disfruta, pues sus hermanos le preguntan
sus aventuras en la escuela, mientras sus padres escuchan con atención. Papá
aplaude, y le da un beso en la mejilla, por ser una niña buena y educada, le
dice lo mucho que la quiere, y que siempre debe de ayudar a los demás.
Luz vuelve a correr, en el patio de su casa, jugando con Batistuta,
contándole que de grande quiere ser doctora, pero Jessika, su madre, le dice
que debe pensar en ser fisioterapeuta. Luz no entiende, se ríe, y le dice: mamá
de donde te inventas esas palabras tan difíciles. Eduardo, su padre, festeja su
ocurrencia, la abraza, le dice lo mucho que la quiere, lo importante que es en
su vida, y lo que ella quiera ser cuando crezca, la apoyara. Luz lo besa en la
mejilla, el cierra los ojos y sueña.
Luz, vuelve a correr, pues es la niña feliz, que juega, que abraza, que se
divierte, que se preocupa por los demás, que ama a su familia, amigos y
escuelita, esa niña que con su luz ilumina la vida de todos.