viernes, 3 de junio de 2011

TODO ES EN VANO



Y salí a dar una vuelta sin rumbo fijo, lo único que deseaba era no quedarme encerrado en esas cuatro paredes donde la situación se volvía incómoda.  Por suerte la vida me regaló un hermano que siempre me apoya espiritualmente hablando.  Aprovechando su gran corazón agarré su VESPA de colección, su casco muy llamativo, su atuendo para romper el viento y sus guantes de cuero para que el frío no trise mis manos.

Era un poco cómico el verme por las calles, digo yo por el coraje que me consumía pensaba que estaba en una Kawasaki Ninja donde iba a todo motor dejando el cólera regado por el asfalto capitalino.  Por suerte, él había tanqueado la noche anterior por lo que no debía preocuparme por el combustible.  

Me parece que la temperatura bordeaba los 9 grados centígrados, con tremendo frío mi mente se congeló y en ella quedó el problema que me angustiaba pero que dejé a un lado por este momento.  Imaginaba que estaba en el Grand Prix de Mónaco,  lo digo porque no respetaba ninguna luz roja y parecía que iba encabezando el pelotón de los líderes.

Por suerte el motor de esa moto clásica no lo fundí, es más creo que entablé una pequeña relación de comprensión con aquel artefacto mecánico ya que por momentos me sirvió como válvula de escape.  No se me ocurrió bautizarla con algún nombre a mi caballito motorizado, pero queda como tarea pendiente para otra ocasión, así no nos desviamos del tema.

Hubo momentos en que mi corazón latía acelerado al ritmo de una salsa mortal de esas impecables de la vieja guardia que me trae el recuerdo de grupos como El Gran Combo, Los Niches, Fania All Stars.  Por cierto, no tenía compañía para este viaje que de citadino se comenzó a convertir en provincial.

Pues solitario como el llanero, seguía en competencia contra buses interprovinciales, volquetas llenas de materiales de construcción, contenedores abarrotados de mercaderías, camionetas repletas de público en general que por ahí me levantó alguna sospecha de coyoterismo que está de moda en varias zonas de mi país.
La verdad es que de repente cuando reaccioné estaba rotundamente perdido, extraviado, ni idea hacia dónde iba o de dónde venía, todos los paisajes me eran iguales.  Iguales de hermosos, iguales de encantadores, iguales de lejanos, iguales de confidentes, iguales de milenarios, iguales de iguales, a la final igual no tenía brújula y en el altiplano no soy muy bueno para ubicarme que digamos.

Ya habrán pasado unas tres horas desde que salí disparado del edificio que omito su nombre por razones de seguridad, y ante mi asombro me encuentro ante unas ruinas que sí me daban la impresión de haberlas visto en mi niñez.  A primera instancia enloquecí, pensaba que había llegado al Perú y que me encontraba en El Cuzco, pero pronto me di cuenta del lapsus casi imperdonable en el que había incurrido para aclarar con el debido respeto a todos los presentes, que se trataban de las ruinas de Ingapirca.  Era obvio que había viajado más rápido que flash, porque geográficamente estaba en la provincia del Cañar a 80 kilómetros de Cuenca y a un montón interminable de Quito.

De seguro mi hermano va a querer matarme, ha de reclamar que le he gastado sus neumáticos además de que ni él mismo ha rodado su trofeo motorizado tanto como yo en un solo día.  Tengo que ganar tiempo para buscar una buena excusa y convencerlo de que no me merezco una buena “puteada” de confianza por el atrevimiento de abusar de su nobleza.

Pensé por un momento enviar la moto por carga en algún avión pero era tarde, el aeropuerto más cercano estaba un poco lejos y créanme que de repente por arte de magia el problema por el cual huí volvió a mi mente, por lo que en ese momento entré en shock.  Dejé de sentir el clima, me sudaban las manos, las piernas me temblaban, la columna me pesaba más de lo normal y de paso se me bajó la presión.
Fue tal el dolor que por un momento comencé a sentir en mi corazón me daría un infarto, estaba muy nervioso por lo que traté de estacionarme y caminar por un momento para respirar profundo, a pesar de que la noche ya nos estaba amenazando.  Por unos minutos medité acerca de los últimos acontecimientos sucedidos en mi vida, no sé si me sentía culpable o a lo mejor un títere del sistema social.

Llegó el momento en que recuperé mi buen sentido del humor y procedí a regresar en busca de la moto cuando de repente me resbalo y mi cabeza golpea fuertemente contra el pavimento.  Ví estrellas, planetas, imágenes, que de seguro serían las últimas que recordaría, porque luego de eso perdería la memoria.  Te imaginas!!! Perder la memoria, una locura extrema que no había estado en mis planes desde antes de mi nacimiento.

Recuerdo que no recordaba nada, ni mi nombre, ni mis apellidos, ni de donde soy, cuál era mi edad, si tenía hermanos, pero lo mejor de todo era que no recordaba mis problemas.  Hoy me desperté escribiendo y no sé por qué lo hago, sólo que tengo un poco de miedo y me lo han pedido mis manos.  Qué angustia tremenda el sentirme tan solo, tanto que ni siquiera tengo compañía de mi alma que me abandonó por un romance con mi memoria.

Ojalá alguien me reclame, me decía por dentro.  Debería estar en la lista de los desaparecidos y conocería a seres que no recuerdo que vendrían a mí corriendo para darme un abrazo de felicidad que no merezco.  En todo caso soy ciudadano del mundo, porque los recuerdos se blanquearon así como formatearon toda sensibilidad hacía una región a la que antes lo podía haber jurado lealtad regalándome ella una nacionalidad.

Tengo que detener esta narración aquí, porque no sé cómo va a terminar ya que mi memoria es corta, tanto que cada 3 minutos se me reinicia el sistema operativo.  Es una lástima, no me imagino cuantas veces llevo escribiendo lo mismo, ni en cuantas hojas he rayado jeroglíficos.  

Tengo que despedirme porque me confundo, aparte la tinta de mi pluma se está agotando.  Me he dado cuenta que me he comido las uñas y no sé si eso es algún significado, busco señales pero todo es en vano.
Adiós…

By EDU