lunes, 16 de diciembre de 2019

A veces recordar, no es volver a vivir


Krystel admiraba el Río Guayas desde la terraza del Nazu City Hostel. Esa mirada perdida tenía nombre, hace unos días había conocido a Pedro Pablo saliendo de la Capilla del San José La Salle en la calle Tomas Martínez. Fue amor a primera vista, a la joven de 21 años le parecía interesante la personalidad del profesor de educación física, entre otras cosas más.

Cuando decimos “hace unos días” para ser exactos nos referimos a 2 semanas, así nos contó fuera de cámara Sofía, la mejor amiga de la protagonista. Señala que Pedro fue muy insistente, y que sus detalles la acorralaron, al punto de llevarla a la cama antes de cumplir la semana.

Krystel, lloraba desconsolada porque el amor de su vida había sido solo pasajero. Aún no entendía las palabras usadas por su ex pareja antes de dejarla, eso de “diferencias irreconciliables” le sonaba mucho a Hollywood. Ella se sentía una tonta, y recordaba que se dejó besar por primera vez en Panamá y Luzurraga, en las afuera del bar Viva La Música.

La joven guayaquileña vivía en un departamento rentado de la zona, Loja y Pedro Carbo, en un tercer piso. Un hermoso balcón sirvió para el encuentro íntimo entre ambos. Pedro le hablaba al oído, mientras le besaba su cuello tatuado y con su mano derecha bajaba con dificultad la falda de la dueña de la casa.

Krystel se resistió solo por un momento, es que el acento extranjero de su amado, le despelucaba el cuerpo. Esa noche tuvieron sexo panorámico, ante la vista de un grupo de estudiantes del Campus Las Peñas de la ESPOL. Pero no importaba, su cuerpo desnudo no había sido amado hace algún tiempo, nunca en un balcón y la confundía aquella habilidad y destreza de su buen amante.

Pedro no durmió esa noche en casa de la joven enamorada. Krystel lo sintió como un desplante pero ya habían acordado verse al siguiente día, pero en un nuevo escenario. El mensaje había sido claro, está no sería una cita. A ella le asustaba un poco la idea, pero en el fondo le atraía. Habían pactado encontrarse en Manuel Galecio y Lorenzo de Garaycoa, donde tendrían una fogosa estancia.

La protagonista se sentía en plenitud de condiciones. Había hecho el amor dos días seguidos y se le notaba en la piel. Pero su sonrisa se desdibujo, un jueves en la tarde, una salida de compras al Mercado Central le rompería el corazón al ver a Pedro Pablo, disfrazado de motorizado acompañado en su pasola con una señorita de nacionalidad incierta. En el semáforo ubicado en las calles Diez de Agosto y Seis de Marzo, su amante besaba sin vergüenza alguna en plena luz del día una boca ajena.
     
Por la cabeza de Krystel pasaban miles de preguntas. Al siguiente día, ese viernes negro, le reclamó histérica en aquel balcón donde antes se habían lucido ese par de amantes. Para Pedro las “diferencias irreconciliables” era la poca experiencia que supuestamente su joven aprendiz tenía en el campo sexual y fue tajante al manifestarle que no tenía tiempo para ser profesor de una muchacha con poco kilometraje.

Krystel volvió en sí, en la terraza del Nazu City Hostel.

A veces recordar, no es volver a vivir.

lunes, 18 de marzo de 2019

Luz de la vida



Luz corre por los pasillos de la escuela. Es recreo y los otros niños la observan mientras ella esquiva las bancas recién pintadas que el director envió a secar en el patio.  Carlitos, su compañero, no entiende por qué Luz Emilia siempre lleva una sonrisa en su rostro; no importa si llueve, sale el sol, si el cielo está nublado o si es semana de exámenes, ella sonríe eternamente.

Luz detiene su carrera y abraza fuerte a Laura, de siete años, que llora desconsoladamente debido a que su mamá la había retado por una mala nota en matemáticas. Laura, asombrada y sin entender aquel gesto, pregunta el motivo y Luz le explica que es una muestra de cariño que había escuchado de su papá: que él había venido al mundo para hacer sonreír a las personas, y que ella hacía lo mismo.

Luz corre nuevamente y su felicidad es contagiosa.  Con solo cinco años es la alumna preferida de las profesoras, pues a todas les regala un beso a la llegada, en el recreo y a la salida.  Al parecer su dulzura y sus muestras de cariño tienen algo que ver con la intensidad al correr, así le conversa Susana, la dueña del bar, a Diana, la directora del centro educativo, agregando que debería aprovechar y crear el equipo de atletismo.

A Sebastián, de seis años, se lo nota molesto. Hace unos minutos perdió su lonchera, su comida no estaba y su genio no era el mejor. No quería que nadie se le acerque, peor que lo abracen, sin su tigreton, kchito y cola, la vida no era color de rosa, pero Luz siempre aparece, ella está en todos lados y conoce la escuela mejor que nadie. Sebastián se enoja al verla y le dice:
Otra vez tú. Mejor sigue de largo, ¿no ves que estoy enojado y tengo hambre?
Luz, un poco tímida y no tan expresiva como otras veces, le regala un pan con queso y mortadela. El niño sonríe y le agradece diciendo:
Esto es mejor que un abrazo de los tuyos. 

Nadie en la escuela ha visto triste a Luz conversaba un grupo de padres de familia que esperaban en la recepción, mientras la veían corriendo, saltando y riéndose con los demás compañeritos. Ella contaba unos chistes de la patrulla canina y de vampirina, caricaturas que ella amaba. A veces, se le salía el zapato derecho, pero ella reía a carcajadas, como si fuera el mejor juego del mundo y seguía corriendo descalza, mientras los otros alumnos aplaudían su hazaña.

Matilde también llora en las escaleras del primer piso, y repite el nombre de Mapasingue. Luz, con la curiosidad que tiene todo niño, se acerca y le cuenta lo siguiente:
Escuché una vez que tu perrito estaba enfermo, así que espero que se encuentre mejor y se cure pronto. Yo tengo uno que mi hermano mayor nombró Batistuta, es juguetón y con mi mamá corremos todas las tardes.
Luz abraza a Matilde y le dice con una voz alegre que todo estará bien.

Mario, de nueve años, interrumpe en la conversación y le reclama a Luz preguntándole  si pensaba que todos los problemas se solucionaban con un abrazo y de dónde había escuchado eso; que estaba equivocada. Luz, asustada, respira profundo, como cuando corre sin parar las dos cuadras de distancia que existen desde su casa hasta la tienda donde venden sus chupetes preferidos y le contesta:
En mi casa veo todos los días cómo papá está un poco triste por sus problemas en el trabajo y mamá lo abraza fuerte, entonces él sonríe diciéndole que todo ya está mejor, que sus abrazos tienen súper poderes.
Al responder esto se retira corriendo enérgicamente.

La directora detiene a Luz y le indica que vaya despacio porque puede caerse. Ella insiste y le pregunta por qué corre tanto y tan rápido.  
Es que mi mamita y papito se conocieron así, señorita directora. Déjeme contarle la historia, es muy bonita. Luz toma un sorbo de agua, hace una pausa y continúa: mis papas corren, ellos se conocieron en un cumpleaños y empezaron a correr juntos hasta el día de hoy, siempre los escucho cuando dicen que correr les da felicidad. Se ponen muy cariñosos  y cuando llegan a casa abrazan a todos, hasta a mi Batistuta. Nadie se les escapa. Mamá me cuenta que, mientras más rápido corre, más feliz es, y papá que mientras más distancia recorre, más cariñoso está.
La directora sonríe, pues eso es lo que emana Luz: felicidad. La abraza y le dice con amor al oído:
Nunca cambies, mi niña. El mundo necesita de más personas cariñosas y ocurridas como tú. Te quiero mucho.

Luz se ilumina y vuelve a correr sin rumbo disparada por los pasillos, más feliz que nunca. Ha sonado el timbre y es hora de volver a clases. Busca su aula de primero de básica, donde verán la unidad “Mi País”, y eso la entusiasma, pues ha visto fotos de sus padres, en las competencias que han hecho en otros países con la bandera de Ecuador, y ella quiere saber mucho de su país, de su cantón, de sus colores, porque la llena de orgullo.

Ya en clases, María del Carmen, su profesora, le pregunta a Matías los colores de la bandera de su país. El aula entra en silencio y después de unos segundos, recita: amarillo, azul y rojo. La profesora aplaude y exclama: 
—¡Se te prendió la luz!
Sus compañeros ríen a carcajadas, señalando a Luz quien se sonroja, pero sonríe con ellos y abraza a Matías. Todos corren hacer lo mismo y la profesora les toma una foto, para que ese momento de amor y compañerismo, se haga eterno, poniendo la foto en el Facebook de la institución.  

Luz ama a los animales y justo hablaba con Martín, su mejor amigo, de Batistuta. Ella no dejaba que dijeran la palabra mascota, porque su perro era considerado parte de la familia.  Contaba que en cada viaje los acompañaba e incluso dormía con ella en su cama. Así también, le contaba a Martín que había escuchado decir a la directora que no compren animalitos, que mejor los adopten; se los encuentra en los refugios y nunca debe importar la raza. Luz contaba emocionada que Batistuta fue rescatado por su mami al encontrarlo en un saco botado en la calle de la Aurora. Martín, un poco confundido, pregunta por qué se llama Batistuta, pero ella no sabe, solo alcanza a decirle que es un bonito nombre.   

Luz Emilia es inquieta, aunque tiene una excelente conducta, ella debía seguir corriendo, estar de un lado para el otro, subir las escaleras, ver si la tierra del jardín de la escuela estaba mojada, porque eso significaba que habían echado agua a las plantitas, revisar si todos los casilleros estaban con seguro, y por supuesto si alguien necesitaba de su ayuda, porque ella disfrutaba ver feliz a todos, así pasaban sus días en la escuelita.

Ya camino a casa, la popularidad de Luz era notoria también en el expreso, ella sabía de memoria la ruta de regreso, y le indicaba al conductor que tome la derecha, que vire a la izquierda, que gire en U, que siga recto 6 cuadras, y el grupo de compañeritos repetía en coro, las instrucciones.  Aquella tarde, se dio cuenta de que Pedro, el conductor, no se reía de sus bromas, por lo que le preguntó si le sucedía algo. Pedro dijo que no entendería que son cosas de adultos, problemas que van más allá del entendimiento, pero que le agradecía por ser la primera persona en el día que se daba cuenta de su estado de ánimo. Luz, lo abrazo y le dijo: yo siempre veo que mis padres resuelven todo con un abrazo, así que tu problema ha desaparecido desde este momento.

Pedro, sonrió. Los ojos de Luz brillaron. Hemos llegado, le dijo Pedro. Luz baja corriendo con todas sus fuerzas, abre sus brazos, ella era un avión que iba a toda velocidad, para aterrizar en los brazos de sus padres, que la estaban esperando, como todos los días después de la escuela, y se funden en un abrazo fuerte, contándoles que fue un día maravilloso, mientras se le caían las lágrimas, porque Luz solo llora de felicidad.

Batistuta, también se lanza a su encuentro, lamiendo sus mejillas y bebiendo sus lágrimas, moviendo la cola mil veces, es su manera de saludar, ella lo acaricia, le habla de manera lenta, le dice que lo extrañó, que espera se haya portado bien y que no se comiera el terno azul, el preferido de papá. Luz, entra a casa, se lava las manos, saluda un con beso a Nelly, la señora que la cuida desde muy pequeña y le dice lo feliz que se siente por tenerla todos los días en su casa.

Antes de comer, Luz hace una oración de agradecimiento al niño Dios, por los alimentos que se sirven en el almuerzo, que le enseño su madre desde los 3 años. Todos están sentados en la mesa del comedor, y es un momento precioso, pues la familia está unida, y ella lo disfruta, pues sus hermanos le preguntan sus aventuras en la escuela, mientras sus padres escuchan con atención. Papá aplaude, y le da un beso en la mejilla, por ser una niña buena y educada, le dice lo mucho que la quiere, y que siempre debe de ayudar a los demás.

Luz vuelve a correr, en el patio de su casa, jugando con Batistuta, contándole que de grande quiere ser doctora, pero Jessika, su madre, le dice que debe pensar en ser fisioterapeuta. Luz no entiende, se ríe, y le dice: mamá de donde te inventas esas palabras tan difíciles. Eduardo, su padre, festeja su ocurrencia, la abraza, le dice lo mucho que la quiere, lo importante que es en su vida, y lo que ella quiera ser cuando crezca, la apoyara. Luz lo besa en la mejilla, el cierra los ojos y sueña.

Luz, vuelve a correr, pues es la niña feliz, que juega, que abraza, que se divierte, que se preocupa por los demás, que ama a su familia, amigos y escuelita, esa niña que con su luz ilumina la vida de todos. 

lunes, 25 de febrero de 2019

Lucas y Benjamín.


Alguna vez escuché a una madre decir que lo único que anhelaba para sus hijos era que sean independientes y felices...  En ese momento, sin hijos no entendí su frase y tan solo asentí....

Hoy hijos míos, Lucas, Benjamin, puedo decirles que exactamente eso quiero para sus vidas, que sean independientes, que puedan tomar sus propias decisiones, que puedan equivocarse, que puedan acertar, que puedan tomar cualquier camino que les parezca el más adecuado y puedan regresar por él, si lo que encontraron no cumplió con lo que esperaban... seguro en este camino que es la vida encontraran que no es fácil caminar, que vivir conlleva disfrutar de gratos momentos, que seguro los hará reír hasta no poder más, ojala junto al ser amado, pero también la vida  traerá momentos difíciles,  que seguro traerá lágrimas, pero tengan presente que nada en la vida es eterno, los momentos difíciles pasaran.

Deseo que sean felices, lo que conlleva disfrutar cada momento, agradecer por tener un día más para hacer lo que más les guste, poder gritar un gol en el estadio o quizás ir a un partido de basketball, poder ir al cine o pescar, viajar o tan solo acostarse en la cama y mirar el techo. Sean felices, hagan amigos, hagan conocidos, aprendan del otro, aprendan de ustedes, recuerden que ustedes son uno, apóyense siempre, protéjanse, aconséjense, recuerden que a un equipo unido es muy difícil derrotar, ustedes son un equipo.

Recuerden que el viejo siempre va a estar para ustedes, que como padre seguro tengo y tendré muchos errores, pero trato y trataré de mejorar día a día, de algo podrán siempre pero siempre seguros, todo, TODO lo que hago, lo hago por ustedes, para que sean felices e independientes.

Por último, decirles que los amo, que son mi todo, que sus locuras alegran mis días, me sacan y me regresan, me enseñan, me hacen mejor cada día, que la vida me regale la dicha de verlos felices e independientes y al final decir lo logramos.

Los amo, su viejo que convirtió un sueño en vida.

JALE


lunes, 11 de junio de 2018

Crónicas de un Garmin imaginario

Era una mañana de sábado nublada, en el Campus de la Escuela Superior Politécnica del Litoral, ubicada a un costado de la vía Perimetral.  Un joven entusiasta, había soñado desde hace un par de años, ser Ironman.

Para ganar fuerza, un grupo de amigos le habían recomendado hacer el circuito de la Espol, por sus lomas serenas, e imponentes paisajes.  Era su primera vez, y mostraba ansiedad, pero su meta era más grande que sus miedos.

Andrés, como bautizamos al protagonista, había llevado todos los juguetes, estaba casi seguro que al postear su foto al final del entrenamiento en la red social Instagram, recibiría algún comentario como el de “puro equipo”.

Sus medias de compresión verde fosforescente, acompañadas con un par de zapatos nuevos recién llegados de Estados Unidos, comprados hábilmente por Internet, junto con sus gafas aerodinámicas, la camiseta dry fit, una gorra y su pantaloneta de correr, conformaban sus implementos para la sesión deportiva que estaba a punto de iniciar.

Mientras daba sus primeros pasos por el camino principal que bordea el campus, recordó que no tenía reloj para ver su tiempo, y el kilometraje recorrido, error garrafal para algunos, mero trámite para otros.  Andrés recordó que en conversaciones mantenidas con sus colegas, algunos habían mencionado que cada vuelta sumaba 5 kilómetros.

El joven entusiasta, un poco desorganizado, pero entusiasta al fin y al cabo, aumentaba el ritmo en cada zancada, no le importaba la humedad, su rostro se iba desfigurando conforme avanzaba pues no tenía monedas y por ende no pudo comprar su botella de agua para el entrenamiento.

Inicialmente, había planificado 10 kilómetros, pues así estaba escrito en el plan, aquel que había decidido en ese momento, pues manda el corazón por sobre todas las cosas y sobre todo los entrenamientos que sus amigos más experimentados realizaban los días anteriores.  Exhausto, no concluyo el recorrido en la garita principal, se detuvo en la loma más difícil, ahí donde se encuentra la cabina telefónica.  

Pero debía mencionar en su post mayor información, como su tiempo, pace y distancia, los likes de sus seguidores, sus fans, dependían de ese vital insumo.  Entonces respiro profundamente, miro al cielo, miro las montañas, para finalmente ver su brazo, en el que llevaba un reloj imaginario, de esos que tienen incorporados el GPS, para determinar al ojo, que había corrido 8 kilómetros, en un tiempo de 48 minutos, a un pace promedio de 6 minutos.

Llego el día domingo, de igual manera, por sugerencias de sus compañeros, había elegido hacer ciclismo, su larga de 100 kilómetros, en la vía a la Costa, donde inicialmente debía arrancar con un grupo, pero por temas de "logística", su entrenamiento inicio a la 1 de la tarde.  Su caballito de acero, de una reconocida marca española, flamante de carbono, acompañado con su casco aerodinámico blanco, su outfit de triatlón (por si acaso decida cambiar de ruta a ultima hora y llegue a la playa), sus zapatos de clips, los guantes que le presto un compañero hace 1 mes que todavía no devuelve, entre otros pequeños detalles más, lo acompañarían en el periplo programado.

En su recorrido, utilizando la vía principal, pues hay que reconocer que la ciclovía esta intransitable y muchas veces se vuelve más peligrosa que la propia carretera, el entusiasta atleta, sentía el viento como golpeaba cada vez más fuerte, en su asombro por la dificultad del entrenamiento, un sentimiento de proeza se apodera de él, imaginado que pedaleaba junto a Richard Carapaz, palpando su inspiración, sigue su camino sin desmayar, y es así que se adelanta pasando Chicas Hermosas, El Consuelo, Cerecita, la Mona, llegando hasta Progreso, donde realiza su primera parada técnica, por un coco helado necesario para la foto del post en su cuenta de red social Facebook y obviamente Instagram.

Su rostro acompañado con una sonrisa amplia, capta la instantánea, que luego subiría desde su celular, con la frase #Yoporquepuedo, #NosvemosenJulio, #Ironmanenformación, #Deecuadorparaelmundo, etc.  En ese momento, nuevamente mira al cielo, mira las tortas de papa, las humitas y los chifles que venden al pie de la carretera, para luego fijarse en su brazo el reloj imaginario que le mostraba que llevaba 50 kilómetros, a una velocidad promedio de 32 kilómetros por hora.  

Tocaba el retorno, pero la adrenalina pudo más, así que decidió en ese momento avanzar hasta General Villamil Playas, y tomar la vía Data/Posorja hasta completar los 100K.  Pedaleó, pedaleó, hasta pasar San Antonio, siguió pedaleando y el viento se volvía más fuerte, intratable, hasta que comienza a divisar letreros que le hablaban y le decían “Bienvenido a Playas”, “Bienvenido al segundo mejor clima del mundo”, lo que le dio fuerza, para continuar.  Ya en el pueblo, sediento, y débil porque ni un gel había llevado, ni líquidos mágicos, ni pastillas de sal, comenzaba a ver borroso, el cansancio era mayor, por lo que decidió pedalear hasta donde el cuerpo aguante, esto es 3 kilómetros antes, de donde el google maps le había señalado.

No había fuerza para hacer la transición, quería nadar, pero se sentía desorientado, miro al cielo, miro a su alrededor, el ritual ceremonioso de siempre para posterior mirar su brazo, en el que llevaba su reloj imaginario y la distancia recorrida era de 96.85 kilómetros, a una velocidad promedio de 33 kilómetros por hora.  Pero como buen comerciante, no le gusta los centavos, si no redondear al múltiplo de 5 más cercano, por lo que decidió por arte de magia postear su entrenamiento en 100 kilómetros, a un promedio de 35 kilómetros por hora.

Luego obviamente como su carro estaba parqueado en Blue Coast, regresaría a dedo, pues no quería tomar buseta por la preocupación de que se le dañe la bicicleta.  Así que para su suerte logro que una plataforma lo llevará hasta más adelante, gracias al milagro de que el chofer de ese vehículo en sus años de juventud había realizado ciclismo, por lo que el viaje se tornó ameno, por un intercambio de anécdotas deportivas, a veces hasta exagerando un poco, pero sin importar porque al fin y al cabo ambos eran felices.

Así continuaron sus entrenamientos con el pasar de los días, meses y años, en el chat del grupo de amigos triatletas, él tomaba como suyos los planes realizados por sus amigos el día anterior, se iba poniendo fuerte, competitivo, los seguidores en sus redes iban en aumento, la gente lo reconocía en las competencias, pero en su brazo seguía el reloj imaginario, no abandonaba su ritual de mirar al cielo, mirar cualquier cosa, para luego mirar el Garmin que siempre anheló y que por "cosas de la vida" no pudo tener.

jueves, 7 de junio de 2018

Betsy, es un nombre ficticio


Había salido del Mercado de la Caraguay, donde la diversidad de especies marinas fueron sujeto del morbo por parte de mi hobby llamado fotografía.  El aroma envolvente del marisco, llevaba mi imaginación a inventar los más cómicos escenarios, algunos picantes, otros jocosos.

La tentación de tener al Barrio Cuba, “a un toque”, fue la debilidad para adentrarme a este emblemático barrio porteño, donde se cuentan miles de historias, entre ellas la del suculento arroz con menestra, donde uno se lo sirve entre sus estrechas calles.

Llegue solo al puesto de doña Maura, en realidad no sé cuál fue el motivo de la elección de dicho local, pero después lo entendería cuando Betsy, me tomaría el pedido.  Fue algo asombroso ese episodio, en realidad no lo digo porque de cajón se notaba que era manaba, sino más bien por el colorido de su atuendo y por su jovial y divertida atención.

Tengo que igual describirla, porque soy un ser humano muy visual, por así encasillarme.  Sus labios, lo primero que me impresionó, obviamente gruesos, debe tener cierta mezcla con sus vecinos de la provincia de Esmeraldas.  Su cabello largo, como me gusta, como si me la hubieran hecho bajo pedido, de color rojizo salvaje.  Sus caderas, deberían inspirar las más bellas poesías, deberían incitar novelas eternas, deberían hacer próspero el negocio de doña Maura, es una locura y no exagero por si acaso.  Sus manos delicadas, parecen una obra de arte, esculpidas por algún alfarero de la etimología griega, o se me ocurre pintadas por el ilustre compatriota Guayasamín.  De estatura promedio, igual acostados todos somos del mismo porte, así me enseñaron y me lo tome muy a pecho.

Cual perro, al disimulo le pregunte a qué hora terminaría su turno y espere en el local, obviamente consumiendo porque si no sería desalojado de mi puesto (trinchera).  Ya con tres cervezas en el mate y luego de esperar 2 horas y media, Betsy acepto que la acompañase y caminamos un poco por el sector hasta llegar a la Universidad Salesiana, donde nos sentamos en la vereda a conversar un rato.  Debo manifestar, aquí entre nos, que había una mezcla de miedo, vértigo y no sé qué otras cosas más.  Debe ser que cuando alguien me gusta demasiado, las manos se me ponen heladas, digo además que el lugar estaba un poco oscuro, y no se veía desde mi punto de vista seguro, era ya la madrugada, tipo 2.

Betsy era un niña descomplicada, tanto que su sinceridad a ratos me abrumaba, pues no sé si era por la falta de la luz, pero me llego a decir que le parecía un chico apuesto, no solo por el físico, también por lo intelectual.  Debo confesar que era la primera vez que alguien me decía semejante piropo, y uno no tiene su corazón de metal o de piedra.  Abordamos muchos temas, y cuando tocaba mis bromas de doble sentido, ella explotaba en carcajadas, sentía que no podía existir hombre más cómico que yo, hasta ese punto.

Y sus ojos, son dos faros que alumbran el camino para que los barcos no queden a la deriva, su mirada profunda que desnuda hasta mis más intrépidas y osadas intenciones, pues esos mismos ojos no se despegaban de los míos.  A veces llego a temblar cuando pierdo el control de la situación, digo yo debe ser el machismo, pero me dejo llevar, porque ella es un torrente de sensaciones, no hay malicia en sus acciones, incluso hasta cuando se atrevió a besarme.

Pues ese beso, era dinámico, dinamita pura, su boca mordiendo la mía, como que dos mundos se encuentran, se alinean y no se separan nunca, porque el tiempo y el espacio es subjetivo, es trivial, pasa a segundo plano.  Y su lengua, era sedosa, jugosa y juguetona, se enlazaba con la mía, como quien no me quiere soltar jamás, como quien se quiere quedar para siempre viviendo ahí, como quien encuentra un hogar y lo hace suyo, como quien me toma y me saca cuarto aparte.

Todo este relato que ya se empezaba a tornar húmedo, fue repentinamente detenido por las bocinas de un patrullero corta nota, de esos que aparecen 1 vez en un millón de escenarios, pero me jugo el número a mí. 

Fuimos desalojados amablemente, de la vereda que ya habíamos hechos nuestra, así que continuamos caminando hasta la Domingo Comín, a la altura del Colegio Cristóbal Colon, agarrados de la mano, tomamos el carril exclusivo de la metrovía, tirando pata hasta el sector de la Bahía, por la Alberto Reyna y Villamil.

Fueron horas de conversaciones, preguntas y revelaciones, era como si nos conociéramos de toda la vida, y lo que no sabe Betsy, es que mi corazón llevaba décadas en que había dejado de latir y se siente extraño cuando este lo vuelve hacer.  Pero ella seguía con sus historias, que había sido mesera en Cangrejo Cultural, también en la Culata, Café del Rio, Malakita y Guayaquil Social Club.  Sus historias de cultura, arte y bohemia, la ponían cada vez más interesante, pues sus palabras acerca de Guayaquil, eran mágicas.  Decía que la ciudad la engatuso, que tiene ese aroma de rio, manglar, estero, que la vuelve loca, que la ciudad la seduce, que la sofoca, como su clima, que el guayaco es divertido, dice que como yo, y me da otro beso “largo y tendido”, es como que recibo un golpe de nocaut, que me deja torpe, que me deja fuera de base.

Tuvimos que partir de aquel sector porque los muchachos recolectores de la basura llegaron a cortar nota de nuevo, así que caminamos otra vez agarrados de la mano hasta Mendiburo y Rocafuerte, donde exclamó “esta es mi zona”.  Su departamento quedaba en el tercer piso de un destartalado edificio, en él había un balcón pequeño pero con una vista grande, un balcón de esos que se prestan para hacer el amor, y para hacerlo hasta que nos pille el amanecer, esos balcones que solo existen en leyendas urbanas.

Betsy, es un nombre ficticio, dentro de una historia llena de realidad.            

Ya no recuerdo la sazón del arroz con menestra del Barrio Cuba, o si lo pedí con carne, pollo o pescado, lo que sí puedo decir es que la salprieta estuvo espectacular.