Para ganar fuerza, un grupo de
amigos le habían recomendado hacer el circuito de la Espol, por sus lomas
serenas, e imponentes paisajes. Era su
primera vez, y mostraba ansiedad, pero su meta era más grande que sus miedos.
Andrés, como bautizamos al
protagonista, había llevado todos los juguetes, estaba casi seguro que al
postear su foto al final del entrenamiento en la red social Instagram,
recibiría algún comentario como el de “puro equipo”.
Sus medias de compresión verde
fosforescente, acompañadas con un par de zapatos nuevos recién llegados de
Estados Unidos, comprados hábilmente por Internet, junto con sus gafas aerodinámicas,
la camiseta dry fit, una gorra y su pantaloneta de correr, conformaban sus
implementos para la sesión deportiva que estaba a punto de iniciar.
Mientras daba sus primeros pasos
por el camino principal que bordea el campus, recordó que no tenía reloj para
ver su tiempo, y el kilometraje recorrido, error garrafal para algunos, mero
trámite para otros. Andrés recordó que en
conversaciones mantenidas con sus colegas, algunos habían mencionado que cada
vuelta sumaba 5 kilómetros.
El joven entusiasta, un poco
desorganizado, pero entusiasta al fin y al cabo, aumentaba el ritmo en cada zancada,
no le importaba la humedad, su rostro se iba desfigurando conforme avanzaba
pues no tenía monedas y por ende no pudo comprar su botella de agua para el
entrenamiento.
Inicialmente, había planificado
10 kilómetros, pues así estaba escrito en el plan, aquel que había decidido en
ese momento, pues manda el corazón por sobre todas las cosas y sobre todo los entrenamientos
que sus amigos más experimentados realizaban los días anteriores. Exhausto, no concluyo el recorrido en la
garita principal, se detuvo en la loma más difícil, ahí donde se encuentra la
cabina telefónica.
Pero debía mencionar en su post
mayor información, como su tiempo, pace y distancia, los likes de sus
seguidores, sus fans, dependían de ese vital insumo. Entonces respiro profundamente, miro al
cielo, miro las montañas, para finalmente ver su brazo, en el que llevaba un
reloj imaginario, de esos que tienen incorporados el GPS, para determinar al
ojo, que había corrido 8 kilómetros, en un tiempo de 48 minutos, a un pace
promedio de 6 minutos.
Llego el día domingo, de igual
manera, por sugerencias de sus compañeros, había elegido hacer ciclismo, su
larga de 100 kilómetros, en la vía a la Costa, donde inicialmente debía
arrancar con un grupo, pero por temas de "logística", su entrenamiento inicio a
la 1 de la tarde. Su caballito de acero,
de una reconocida marca española, flamante de carbono, acompañado con su casco aerodinámico
blanco, su outfit de triatlón (por si acaso decida cambiar de ruta a ultima
hora y llegue a la playa), sus zapatos de clips, los guantes que
le presto un compañero hace 1 mes que todavía no devuelve, entre otros pequeños
detalles más, lo acompañarían en el periplo programado.
En su recorrido, utilizando la
vía principal, pues hay que reconocer que la ciclovía esta intransitable y
muchas veces se vuelve más peligrosa que la propia carretera, el entusiasta
atleta, sentía el viento como golpeaba cada vez más fuerte, en su asombro por
la dificultad del entrenamiento, un sentimiento de proeza se apodera de él,
imaginado que pedaleaba junto a Richard Carapaz, palpando su inspiración, sigue
su camino sin desmayar, y es así que se adelanta pasando Chicas Hermosas, El
Consuelo, Cerecita, la Mona, llegando hasta Progreso, donde realiza su primera
parada técnica, por un coco helado necesario para la foto del post en su cuenta
de red social Facebook y obviamente Instagram.
Su rostro acompañado con una
sonrisa amplia, capta la instantánea, que luego subiría desde su celular, con
la frase #Yoporquepuedo, #NosvemosenJulio, #Ironmanenformación,
#Deecuadorparaelmundo, etc. En ese
momento, nuevamente mira al cielo, mira las tortas de papa, las humitas y los
chifles que venden al pie de la carretera, para luego fijarse en su brazo el
reloj imaginario que le mostraba que llevaba 50 kilómetros, a una velocidad
promedio de 32 kilómetros por hora.
Tocaba el retorno, pero la
adrenalina pudo más, así que decidió en ese momento avanzar hasta General Villamil Playas, y
tomar la vía Data/Posorja hasta completar los 100K. Pedaleó, pedaleó, hasta pasar San Antonio, siguió
pedaleando y el viento se volvía más fuerte, intratable, hasta que comienza a
divisar letreros que le hablaban y le decían “Bienvenido a Playas”, “Bienvenido
al segundo mejor clima del mundo”, lo que le dio fuerza, para continuar. Ya en el pueblo, sediento, y débil porque ni
un gel había llevado, ni líquidos mágicos, ni pastillas de sal, comenzaba a ver
borroso, el cansancio era mayor, por lo que decidió pedalear hasta donde el
cuerpo aguante, esto es 3 kilómetros antes, de donde el google maps le había
señalado.
No había fuerza para hacer la transición,
quería nadar, pero se sentía desorientado, miro al cielo, miro a su alrededor,
el ritual ceremonioso de siempre para posterior mirar su brazo, en el que
llevaba su reloj imaginario y la distancia recorrida era de 96.85 kilómetros, a
una velocidad promedio de 33 kilómetros por hora. Pero como buen comerciante, no le gusta los
centavos, si no redondear al múltiplo de 5 más cercano, por lo que decidió por
arte de magia postear su entrenamiento en 100 kilómetros, a un promedio de 35 kilómetros
por hora.
Luego obviamente como su carro
estaba parqueado en Blue Coast, regresaría a dedo, pues no quería tomar buseta
por la preocupación de que se le dañe la bicicleta. Así que para su suerte logro que una
plataforma lo llevará hasta más adelante, gracias al milagro de que el chofer
de ese vehículo en sus años de juventud había realizado ciclismo, por lo que el viaje se tornó ameno, por un intercambio de anécdotas deportivas, a
veces hasta exagerando un poco, pero sin importar porque al fin y al cabo ambos
eran felices.
Así continuaron sus entrenamientos
con el pasar de los días, meses y años, en el chat del grupo de amigos
triatletas, él tomaba como suyos los planes realizados por sus amigos el día
anterior, se iba poniendo fuerte, competitivo, los seguidores en sus redes iban
en aumento, la gente lo reconocía en las competencias, pero en su brazo seguía
el reloj imaginario, no abandonaba su ritual de mirar al cielo, mirar cualquier
cosa, para luego mirar el Garmin que siempre anheló y que por "cosas de la vida" no pudo tener.
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