lunes, 18 de marzo de 2019

Luz de la vida



Luz corre por los pasillos de la escuela. Es recreo y los otros niños la observan mientras ella esquiva las bancas recién pintadas que el director envió a secar en el patio.  Carlitos, su compañero, no entiende por qué Luz Emilia siempre lleva una sonrisa en su rostro; no importa si llueve, sale el sol, si el cielo está nublado o si es semana de exámenes, ella sonríe eternamente.

Luz detiene su carrera y abraza fuerte a Laura, de siete años, que llora desconsoladamente debido a que su mamá la había retado por una mala nota en matemáticas. Laura, asombrada y sin entender aquel gesto, pregunta el motivo y Luz le explica que es una muestra de cariño que había escuchado de su papá: que él había venido al mundo para hacer sonreír a las personas, y que ella hacía lo mismo.

Luz corre nuevamente y su felicidad es contagiosa.  Con solo cinco años es la alumna preferida de las profesoras, pues a todas les regala un beso a la llegada, en el recreo y a la salida.  Al parecer su dulzura y sus muestras de cariño tienen algo que ver con la intensidad al correr, así le conversa Susana, la dueña del bar, a Diana, la directora del centro educativo, agregando que debería aprovechar y crear el equipo de atletismo.

A Sebastián, de seis años, se lo nota molesto. Hace unos minutos perdió su lonchera, su comida no estaba y su genio no era el mejor. No quería que nadie se le acerque, peor que lo abracen, sin su tigreton, kchito y cola, la vida no era color de rosa, pero Luz siempre aparece, ella está en todos lados y conoce la escuela mejor que nadie. Sebastián se enoja al verla y le dice:
Otra vez tú. Mejor sigue de largo, ¿no ves que estoy enojado y tengo hambre?
Luz, un poco tímida y no tan expresiva como otras veces, le regala un pan con queso y mortadela. El niño sonríe y le agradece diciendo:
Esto es mejor que un abrazo de los tuyos. 

Nadie en la escuela ha visto triste a Luz conversaba un grupo de padres de familia que esperaban en la recepción, mientras la veían corriendo, saltando y riéndose con los demás compañeritos. Ella contaba unos chistes de la patrulla canina y de vampirina, caricaturas que ella amaba. A veces, se le salía el zapato derecho, pero ella reía a carcajadas, como si fuera el mejor juego del mundo y seguía corriendo descalza, mientras los otros alumnos aplaudían su hazaña.

Matilde también llora en las escaleras del primer piso, y repite el nombre de Mapasingue. Luz, con la curiosidad que tiene todo niño, se acerca y le cuenta lo siguiente:
Escuché una vez que tu perrito estaba enfermo, así que espero que se encuentre mejor y se cure pronto. Yo tengo uno que mi hermano mayor nombró Batistuta, es juguetón y con mi mamá corremos todas las tardes.
Luz abraza a Matilde y le dice con una voz alegre que todo estará bien.

Mario, de nueve años, interrumpe en la conversación y le reclama a Luz preguntándole  si pensaba que todos los problemas se solucionaban con un abrazo y de dónde había escuchado eso; que estaba equivocada. Luz, asustada, respira profundo, como cuando corre sin parar las dos cuadras de distancia que existen desde su casa hasta la tienda donde venden sus chupetes preferidos y le contesta:
En mi casa veo todos los días cómo papá está un poco triste por sus problemas en el trabajo y mamá lo abraza fuerte, entonces él sonríe diciéndole que todo ya está mejor, que sus abrazos tienen súper poderes.
Al responder esto se retira corriendo enérgicamente.

La directora detiene a Luz y le indica que vaya despacio porque puede caerse. Ella insiste y le pregunta por qué corre tanto y tan rápido.  
Es que mi mamita y papito se conocieron así, señorita directora. Déjeme contarle la historia, es muy bonita. Luz toma un sorbo de agua, hace una pausa y continúa: mis papas corren, ellos se conocieron en un cumpleaños y empezaron a correr juntos hasta el día de hoy, siempre los escucho cuando dicen que correr les da felicidad. Se ponen muy cariñosos  y cuando llegan a casa abrazan a todos, hasta a mi Batistuta. Nadie se les escapa. Mamá me cuenta que, mientras más rápido corre, más feliz es, y papá que mientras más distancia recorre, más cariñoso está.
La directora sonríe, pues eso es lo que emana Luz: felicidad. La abraza y le dice con amor al oído:
Nunca cambies, mi niña. El mundo necesita de más personas cariñosas y ocurridas como tú. Te quiero mucho.

Luz se ilumina y vuelve a correr sin rumbo disparada por los pasillos, más feliz que nunca. Ha sonado el timbre y es hora de volver a clases. Busca su aula de primero de básica, donde verán la unidad “Mi País”, y eso la entusiasma, pues ha visto fotos de sus padres, en las competencias que han hecho en otros países con la bandera de Ecuador, y ella quiere saber mucho de su país, de su cantón, de sus colores, porque la llena de orgullo.

Ya en clases, María del Carmen, su profesora, le pregunta a Matías los colores de la bandera de su país. El aula entra en silencio y después de unos segundos, recita: amarillo, azul y rojo. La profesora aplaude y exclama: 
—¡Se te prendió la luz!
Sus compañeros ríen a carcajadas, señalando a Luz quien se sonroja, pero sonríe con ellos y abraza a Matías. Todos corren hacer lo mismo y la profesora les toma una foto, para que ese momento de amor y compañerismo, se haga eterno, poniendo la foto en el Facebook de la institución.  

Luz ama a los animales y justo hablaba con Martín, su mejor amigo, de Batistuta. Ella no dejaba que dijeran la palabra mascota, porque su perro era considerado parte de la familia.  Contaba que en cada viaje los acompañaba e incluso dormía con ella en su cama. Así también, le contaba a Martín que había escuchado decir a la directora que no compren animalitos, que mejor los adopten; se los encuentra en los refugios y nunca debe importar la raza. Luz contaba emocionada que Batistuta fue rescatado por su mami al encontrarlo en un saco botado en la calle de la Aurora. Martín, un poco confundido, pregunta por qué se llama Batistuta, pero ella no sabe, solo alcanza a decirle que es un bonito nombre.   

Luz Emilia es inquieta, aunque tiene una excelente conducta, ella debía seguir corriendo, estar de un lado para el otro, subir las escaleras, ver si la tierra del jardín de la escuela estaba mojada, porque eso significaba que habían echado agua a las plantitas, revisar si todos los casilleros estaban con seguro, y por supuesto si alguien necesitaba de su ayuda, porque ella disfrutaba ver feliz a todos, así pasaban sus días en la escuelita.

Ya camino a casa, la popularidad de Luz era notoria también en el expreso, ella sabía de memoria la ruta de regreso, y le indicaba al conductor que tome la derecha, que vire a la izquierda, que gire en U, que siga recto 6 cuadras, y el grupo de compañeritos repetía en coro, las instrucciones.  Aquella tarde, se dio cuenta de que Pedro, el conductor, no se reía de sus bromas, por lo que le preguntó si le sucedía algo. Pedro dijo que no entendería que son cosas de adultos, problemas que van más allá del entendimiento, pero que le agradecía por ser la primera persona en el día que se daba cuenta de su estado de ánimo. Luz, lo abrazo y le dijo: yo siempre veo que mis padres resuelven todo con un abrazo, así que tu problema ha desaparecido desde este momento.

Pedro, sonrió. Los ojos de Luz brillaron. Hemos llegado, le dijo Pedro. Luz baja corriendo con todas sus fuerzas, abre sus brazos, ella era un avión que iba a toda velocidad, para aterrizar en los brazos de sus padres, que la estaban esperando, como todos los días después de la escuela, y se funden en un abrazo fuerte, contándoles que fue un día maravilloso, mientras se le caían las lágrimas, porque Luz solo llora de felicidad.

Batistuta, también se lanza a su encuentro, lamiendo sus mejillas y bebiendo sus lágrimas, moviendo la cola mil veces, es su manera de saludar, ella lo acaricia, le habla de manera lenta, le dice que lo extrañó, que espera se haya portado bien y que no se comiera el terno azul, el preferido de papá. Luz, entra a casa, se lava las manos, saluda un con beso a Nelly, la señora que la cuida desde muy pequeña y le dice lo feliz que se siente por tenerla todos los días en su casa.

Antes de comer, Luz hace una oración de agradecimiento al niño Dios, por los alimentos que se sirven en el almuerzo, que le enseño su madre desde los 3 años. Todos están sentados en la mesa del comedor, y es un momento precioso, pues la familia está unida, y ella lo disfruta, pues sus hermanos le preguntan sus aventuras en la escuela, mientras sus padres escuchan con atención. Papá aplaude, y le da un beso en la mejilla, por ser una niña buena y educada, le dice lo mucho que la quiere, y que siempre debe de ayudar a los demás.

Luz vuelve a correr, en el patio de su casa, jugando con Batistuta, contándole que de grande quiere ser doctora, pero Jessika, su madre, le dice que debe pensar en ser fisioterapeuta. Luz no entiende, se ríe, y le dice: mamá de donde te inventas esas palabras tan difíciles. Eduardo, su padre, festeja su ocurrencia, la abraza, le dice lo mucho que la quiere, lo importante que es en su vida, y lo que ella quiera ser cuando crezca, la apoyara. Luz lo besa en la mejilla, el cierra los ojos y sueña.

Luz, vuelve a correr, pues es la niña feliz, que juega, que abraza, que se divierte, que se preocupa por los demás, que ama a su familia, amigos y escuelita, esa niña que con su luz ilumina la vida de todos. 

No hay comentarios: