lunes, 16 de diciembre de 2019

A veces recordar, no es volver a vivir


Krystel admiraba el Río Guayas desde la terraza del Nazu City Hostel. Esa mirada perdida tenía nombre, hace unos días había conocido a Pedro Pablo saliendo de la Capilla del San José La Salle en la calle Tomas Martínez. Fue amor a primera vista, a la joven de 21 años le parecía interesante la personalidad del profesor de educación física, entre otras cosas más.

Cuando decimos “hace unos días” para ser exactos nos referimos a 2 semanas, así nos contó fuera de cámara Sofía, la mejor amiga de la protagonista. Señala que Pedro fue muy insistente, y que sus detalles la acorralaron, al punto de llevarla a la cama antes de cumplir la semana.

Krystel, lloraba desconsolada porque el amor de su vida había sido solo pasajero. Aún no entendía las palabras usadas por su ex pareja antes de dejarla, eso de “diferencias irreconciliables” le sonaba mucho a Hollywood. Ella se sentía una tonta, y recordaba que se dejó besar por primera vez en Panamá y Luzurraga, en las afuera del bar Viva La Música.

La joven guayaquileña vivía en un departamento rentado de la zona, Loja y Pedro Carbo, en un tercer piso. Un hermoso balcón sirvió para el encuentro íntimo entre ambos. Pedro le hablaba al oído, mientras le besaba su cuello tatuado y con su mano derecha bajaba con dificultad la falda de la dueña de la casa.

Krystel se resistió solo por un momento, es que el acento extranjero de su amado, le despelucaba el cuerpo. Esa noche tuvieron sexo panorámico, ante la vista de un grupo de estudiantes del Campus Las Peñas de la ESPOL. Pero no importaba, su cuerpo desnudo no había sido amado hace algún tiempo, nunca en un balcón y la confundía aquella habilidad y destreza de su buen amante.

Pedro no durmió esa noche en casa de la joven enamorada. Krystel lo sintió como un desplante pero ya habían acordado verse al siguiente día, pero en un nuevo escenario. El mensaje había sido claro, está no sería una cita. A ella le asustaba un poco la idea, pero en el fondo le atraía. Habían pactado encontrarse en Manuel Galecio y Lorenzo de Garaycoa, donde tendrían una fogosa estancia.

La protagonista se sentía en plenitud de condiciones. Había hecho el amor dos días seguidos y se le notaba en la piel. Pero su sonrisa se desdibujo, un jueves en la tarde, una salida de compras al Mercado Central le rompería el corazón al ver a Pedro Pablo, disfrazado de motorizado acompañado en su pasola con una señorita de nacionalidad incierta. En el semáforo ubicado en las calles Diez de Agosto y Seis de Marzo, su amante besaba sin vergüenza alguna en plena luz del día una boca ajena.
     
Por la cabeza de Krystel pasaban miles de preguntas. Al siguiente día, ese viernes negro, le reclamó histérica en aquel balcón donde antes se habían lucido ese par de amantes. Para Pedro las “diferencias irreconciliables” era la poca experiencia que supuestamente su joven aprendiz tenía en el campo sexual y fue tajante al manifestarle que no tenía tiempo para ser profesor de una muchacha con poco kilometraje.

Krystel volvió en sí, en la terraza del Nazu City Hostel.

A veces recordar, no es volver a vivir.

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